Vivir en el
sur de la ciudad, antes, era una experiencia bastante cándida; era estar en un rescoldo
que se oponía a la idea de pertenecer a ese monstruo llamado “la ciudad”; se podía
aun caminar por en medio de la calle y realizar fiestas en los parajes de los
bosques; andar en las empedradas calles del centro de Tlalpan y disfrutar la
tarde en los prados de las “Fuentes Brotantes”… pensé en ello aquella vez que
estando en un museo, en la exposición de los impresionistas, me deslumbraba por
las obras de Monet personaje que jamás estuvo en México, aunque siempre quiso
conocerlo, no solo por su afán del colorido nato de aquí, y por su deleite por
las plantas exóticas del trópico mexicano, sino por su inquebrantable gusto por
lo extraño… lo pensé entonces y lo recuerdo ahora que viene a mi mente las
pinturas de Joaquin Clausell, de las Fuentes Brotantes, las pinturas
impresionistas que realizo cual emulo de los paisajes de Monet, las
inigualables imágenes de ese México que fue, de las Fuentes Brotantes, si aquel pedazo de paraíso que la ciudad
guardo para sí, aquel lugar de las mil añoranzas de la infancia, de las
aventurillas de juventud y de los nostálgicos paseos después del estropicio.
Monet nunca estuvo en México, pero Clausell, lo ligo con él, con el
impresionismo y con la eternidad.
Fig. 1. Las fuentes, que vio Clausell.
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