En
el mundo del coleccionismo, específicamente del coleccionismo vintage, los
pequeños “detalles adicionales” de algún objeto se magnifican, casi al grado de
decir que son tan importantes y a veces más que el objeto por sí mismo. Esos pequeños
“detalles adicionales” que en algunos casos solo son: pequeñas variaciones,
versiones anómalas, una etiqueta, un
accesorio, la caja, o una garantía alcanzan
esos niveles; tan es así que en el mercado vintage, algunas cosas de
esta indole llegan a valorarse como verdaderos pequeños tesoros.
Cuando
mi colección vintage dio comienzo, una búsqueda frenetica al interior comenzó:
las cajas al fondo del desván, los cajones, los portafolios, los folders, etc.
se hurgaron minuciosamente en busca precisamente de esos pequeños detalles que
habían estado ahí por años; recordaba haber visto entre los papeples que dejo
el abuelo, documentos de este genero: instructivos de viejos trenes, cromos
cortados de alguna caja para hacer una anotación en la parte de atrás, notas de
compra. Especialmente recordaba una garantía Lili en donde unos técnicos en
caricatura arreglaban un auto a escala. Pero exactamente nada encontré, todo
había pasado al cesto de la basura en uno de esos arranques obsesivos de
limpieza que alguien en mi infancia debió haber tenido.
Luego
la colección creció y creció y durante este tiempo trate de encontrar en los largos
días de búsquedas algún material de este tipo, casi nada encontré tampoco: algunos
afiches, algunas cajas, solamente.
Y
ese día de Julio que no sabía que hacer –una vez más- y que andaba caminando
por Cuauti, algo encontré al fin… el pequeño detalle, la garantía buscada, el
documento que adorna ya pomposamente un anaquel de mi colección, el “Pequeño Tesoro”
había llegado; estaba en el tianguis de Cuauti, ese martes, en el fondo de una bolsa con varios trenes, muchas
vías, mucha ilusión, estuvo ahí mucho tiempo, probablemente por décadas, seguramente
esperando y hasta quizá, esperándome.