Fue hace algunos años… 5, 8, ni
la memoria me alcanza para estar seguro; lo único que si se es que es un dia
desolado, de tal manera que estoy caminando solo y por ende triste –podria ser
acaso de otra manera- en el norte de la ciudad, en otras calles, otros
edificios y otro tianguis; otros puestos, otro negocio, son o comida o ropa o
discos piratas que anuncian con amplificadores a todo volumen; y es también ese
pequeño puesto que tendido en la calle, tiene cientos de cosas usadas de uso
domestico; hay planchas, licuadoras, candelabros, algunos cubiertos de
inoxidable; hay casetes y vhs, quizá recuerdo cartuchos en formato beta y muy
escondido un “2-XL”, uno de los sueños de mi infancia primera; aquella en donde
tener un 2-XL, implicaba el pertenecer a una clase a la que no pertenecía, o un
sacrificio titánico de los padres, que no hicieron; o ganarlo en la catafixia
en el programa del Domingo al que jamás fui; en suma un juguete que jamás puede
tener, ni aun de cerca pues la única posibilidad que tuve de poder “platicar
con el “ fue precisamente en la casa de unos familiares que si eran de otra
clase, y que cuyos padres si enviaron la carta a San Angel Inn, solicitando
boletos para ir a la grabación del programa.
Y a pesar de todo esto, no pague
los 80 pesos que 20 años después costaba el 2-XL en el tianguis del norte de la
ciudad; estaba caminando solo y por ende triste, y por ende un juguete –supuse-
no podría cambiar mi historia.
Luego, días después, el domingo,
el mundo se arregló y en una de las clásicas ironías del destino que en mi vida
ya eran la constante, apareció en un revista dominical un reportaje del 2-XL,
elogiando su tecnología, su amplia difusión de la cultura en los niños de los
80, su diseño, su vanguardia, y su ahora nueva posibilidad de conservarlo como
objeto de culto, en suma un VINTAGE.
Ya no hablo del arrepentimiento y
ganas de correr que me entraron entonces; y de la ansiedad que de ese domingo,
al jueves siguiente tuve.
Espere entonces, llego el jueves,
se puso el tianguis, no así el puesto; la historia se repitió, regrese el
jueves siguiente, y luego pasaron muchas semanas sin que recordara el caso;
cuando al fin todo coincidió –jueves, tianguis, puesto y yo- era demasiado
tarde, el señor don vendedor, lo había ya realizado semanas atrás en otro
tianguis, en otro día, en otro lugar, y fin.
Tuvieron que pasar 5 u 8 o no se
cuantos años mas para que la historia comenzara.