Era
noche, apenas, una lluvia copiosa y una soledad infranqueable, y era yo en la
inmensidad de esa soledad de diseño; y así con solo una idea fija me puse a ver
cortos en Super 8, solo minutos de imágenes creadas para el cine, para salas
llenas de espectadores expectantes de la magia, que se resumían ya a uno solo. . .
y luego fue poner muchos relojes de cuerda en sincronía, para que al unísono
marcaran el tiempo y el ritmo, que luego se acompaso a los acordes que salían
de las sencillas bocinas de la Victrola primero, luego de un tocadiscos
portátil, música en sonido monoaural, analógico sencillamente acariciador de
cualquier oído, y los juguetes dando chisporroteos y ruidos metálicos, álbumes
de estampas, fotografías de modas caducas, revistas con noticias pasadas. La
colección una vez más volvió a vivir, volvió a funcionar, volvió a tomar
conciencia de su naturaleza. Los objetos coleccionados volvieron a darme mucha
alegría de vivir . . . yo también.