Son los años ochenta en un mundo
muy diferente; en un país en ruinas y en franca depresión. Es la gente que busca
como sustituir elementos comunes de la vida anterior, como comer en un país que
se desmorona, como sobrevivir.
Y es en medio de toda esta vorágine:
mi Abuelo, que piensa en el presente, en ser felices, en comer a gusto, en
disfrutar la vida que se esta viviendo; que piensa en su pasado de gloria durante
la sobremesa, en su infancia feliz de principios del siglo XX; y en el futuro que quiere para su familia,
para sus hijos, para mi.
Y así, creamos un plan para ese
futuro, quizá un porvenir; pero yo lo
veo entonces, como un tesoro, compramos una caja de metal, una cajafuerte, y
ponemos ahí las muchas monedas antiguas que encontramos en los roperos, en las
cajas de recuerdos, en las jarras de porcelana en donde la abuela, esconde
otros tesoros; no son muchas, pero son interesantes por siempre, hay quizá una
o dos monedas de la primera década del siglo, en plata, lo demás es de los años
sesenta y setenta. La cajafuerte comienza a llenarse lentamente de monedas,
luego de billetes y finalmente de
sueños, que en el futuro se convierten en delicados recuerdos. Luego vendrían los
paseos por la ciudad, las búsquedas incesantes bajo el sol calcinante de los
años ochentas, y el conocimiento de las cosas del pasado –la numismática del
pasado- así es como conozco los “ojosdegringa, los “tlacos”, los billetes
rebeldes de la época “precarrancista” y “postcarrancista”, las monedas de “doscincuenta”
y muchas cosas mas.
La idea prevalece por mucho
tiempo, hasta la mitad de los noventas, en que el viejito, se fue.
La cajafuerte se cerro, y los
dolores comenzaron.
Luego vendrían muchas cosas más.
Fin.