Este fin de semana, en que la vida dio un pequeño respiro en casi todos los sentidos, regresamos con mucho anhelo e ímpetu a la búsqueda incesante de esos grandes tesoros perdidos, en tianguis y callejones, en el centro y los suburbios de la ciudad.
El protocolo muy especial, salir temprano, muy temprano de casa muy al norte de la ciudad, aun casi con el amanecer en el horizonte, pasar por el desayuno que ya es una costumbre divertida, elegir una ruta, un escenario, uno de los muchos lugares en donde podemos ir y buscar y platicar y conocer y enriquecernos y enriquecer a los demás; saludar a los vendedores que ya han pasado a formar parte de esa búsqueda, datar, valuar, corregir y aprender mucho mientras nos divertimos caminando, comiendo el desayuno, disfrutando una mañana templada de la ciudad de México; llenar la mochila con los objetos adquiridos, planeados, regateados, ajustados, una y otra vez, pero también dejando grandes tesoros que se escapan por esta ocasión, por sobrevaluados, por dudosos, por escondidos.
Y luego al final del día, llegar a casa, sacar las mochilas y las bolsas, correr al estante de los enseres de limpieza, y dejar cada objeto en el mejor estado posible, relucientes, funcionando, verlos una y otra vez; darles un lugar en la galería, escoger el mejor estante para cada objeto; escuchar la música, ver las imagenes, disfrutar otra vez los juguetes.
Y así, hasta la próxima, solo si acaso, el destino no se encarga de conspirar contra nosotros.