Hace algunos días mientras buscaba un pastel bonito, fui a dar a una
extraño lugar, mezcla de cafetería, pastelería, hostería y sala de exhibiciones
de antigüedades y objetos vintage. La mayoría de las paredes, pilares y
mostradores estaban atestados de objetos, algunos de ellos verdaderas joyas y
algunos otros evidentes reproducciones falsas; había una serie de maquinas de coser y
escribir Remington Rand, arcabuces del siglo XIX y rifles de inicios del siglo
XX, lámparas de las minas de Mineral del Monte y Pachuca, un pebetero y una
mesa capitular para poner veladoras en forma de corazón, un radio Maytag y un
tocadiscos portátil Philips. Pregunte por el pastel y por los objetos; el
pastel si lo vendían, los objetos no; el pastel era el negocio, los objetos
eran propiedad del “SeñorDueño”, al menos eso me dijo la encargada del lugar, además
añadió: la mayoría de ellos son como los que salen en la televisión. Pensé que
se refería al programa de los buscadores
o al de los de la casa de empeño, o al de los subastadores, o al de los
expertos datadores mexicanos; pensé en eso y recordé que hace semanas en la mismísima
Lagunilla me ofrecieron una cajita musical en forma de consola; -al accionar el
brazo de la aguja se acciona el mecanismo y comienza a escucharse la melodía,
es el mismo que sale en discovery-, me dijo el vendedor; también recordé que
cuando compre mi Robot de lamina japonés de los cincuenta, me lo ofrecieron
como -el que salió en la tele-.
La tele puso de moda por estos días los objetos, no asi la pasión por
ellos, la tele siempre ha estado de moda, pero en el corazón no se manda.
Me alienta saber que pese a todo, siempre habra quien quiera compartir una busqueda, un objeto, un tesoro; y que a pesar de ello pueda ver la tele y sus programas armados solo para lo que son: para divertirse.