Fue
en esos días en que el tiempo no alcanzaba para nada, por más temprano que me
levantara, por más tarde que me acostara, por más rápido que caminara, por más
pronto que lo intentara; sencillamente el tiempo no alcanzaba; de tal manera
que los últimos días de búsqueda de tesoros, eran prácticamente días de correr;
significaban solo ir a los lugares en los tianguis o en los puestos de la calle
en donde se sabía que la búsqueda podría no ser infructuosa; y justamente en
uno de esos días, mientras corría de un extremo de un tianguis al otro en
el norte de la ciudad, algo llamo mi
atención en un pequeño puesto tendido en el piso; era un numero de la revista
minimilagros, un número que yo ya tenía y por lo cual no lo compre, aunque no
pude evitar quedarme un momento, darle una hojeada, solo unas páginas, y
entonces tal como en ocasiones anteriores, esa pequeña revista y esa pequeña hojeada
me remiten al pasado a los recuerdos de mi infancia temprana, a esos días que
en particular me parecía que siempre estaban llenos de roció por la mañana,
bruma por la tarde y una sensación de ternura que debió ser perene, y así
instalado en los recuerdos de esos días que fueron, vuelvo a mi pasión de
aquellos tiempos, a la lectura de las pequeñas historias contenidas en los
capítulos de esa revista; revista que en ese tiempo coleccionaba con una pasión
sinpar, capítulos que en esa época eran mi única colección y que apenas estaban
contenidos en una pequeña caja de zapatos. . . los capítulos de mi pequeña
revista, una de las muchas pequeñas revistas que alcanzaron gran éxito por
aquellos tiempos, quizá por su tamaño (7 x 11 cm, justo para caber en un
bolsillo), o quizá por su contenido; o quizá sencillamente porque ese formato
estaba en contra del statu quo de las
otras revistas, o quizá quien sabe. . . recordé eso mientras seguía hojeando
ese capítulo de la revista, y recordé varios pasajes de esa historia intocable
ya por nada, recordé los capítulos históricos de mi revista, aquellos números
del minimilagros que narraban hechos bíblicos o vidas de santos, o relatos de
apariciones legendarias, y muchas cosas más; y siempre, invariablemente,
pensaba en mi numero favorito, aquel que cambio mi vida de niño: el relato de
la historia de la “Virgen de Tlalpujahua”, esa historia del pueblo minero que
sufrio un accidente y del cual el altar de la virgen pudo milagrosamente salvarse.
. . eso, siempre estuvo en mis pensamientos, por años, como ese día en que
corriendo por el tianguis vi ese número del minimilagros en un puesto tendido
en el piso. . .y entonces decidí mejor ya irme, la mañana había estado
perfecta, el ambiente irrepetible, los recuerdos de arrojo. Tome entonces mi
mochila ya súper cargada de tesoros y tome el camino rumbo a mi auto, que
esperaba paciente para llevarme a casa y hacer esa parte que se había vuelto
tan apasionante: limpiar cada objeto, probar aquellos que tenían algún
mecanismo, tomar su fotografía para el catalogo, llenar su ficha de
identificación, tomar las notas pertinentes de las cuestiones que llegase a
desconocer para indagar sobre ello; y mientras ese camino tomaba, al final del
pasillo de aquel tianguis, un pequeño puesto me espera; tiene varias monedas
mexicanas de los años sesentas y setentas y un papel azul llamativo, un billete,
no es oficial, es un pagare a modo de “vale” para las tiendas de una fábrica,
de una mina; es un billete de la mina “Dos Estrellas”, la mina de Tlalpujahua,
justo la de la historia narrada en ese capítulo de mi revista, mi capitulo
preferido. Los milagros siguen existiendo.
Fig. 1. El Vale por un peso de la mina
"Las Dos Estrellas"