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martes, 8 de diciembre de 2015

LAS CEBOLLAS ASESINAS

LAS CEBOLLAS ASESINAS
Fue uno de esos días de la época del vértigo, de la vorágine, del desencanto y de las presiones al máximo, fue en el verano triste de comienzos de la segunda década del tercer milenio, fue en esa tarde lluviosa, cuando la invitación, imperativa llego,  y la historia volvió a repetirse una vez más: que tenía que escribir un cuento, ese era mi trabajo, esa la misión.
Y entonces de nuevo, era una mesa de trabajo, era yo, eran pocas horas para entregar el cuento, y eran nulas las ideas.
Peor aún, era una misión absurda, me parecía que conjuntar la ciencia y la ficción, al menos en teoría no parecía algo difícil, pero conjuntar “la química de los alimentos con la ciencia ficción” eso si parecía bastante fuera de orden.
Y así y sin más los primeros plagios comienzan a surcar mi mesa de trabajo; y empiezo  a escribir sobre moléculas, compuestos, Científicos desequilibrados que buscaban sustancias que fueran panaceas o que al menos que contuvieran algún componente que pudiera curar alguna enfermedad o  todas o lo que sea, y en ese afán de búsqueda, me doy cuenta de que en realidad yo no sé nada de la química de los alimentos, y quizá tampoco de la ciencia ficción, o quizá de nada, hasta el momento mi labor solo ha sido la de cubrir notas rojas, asesinatos, crímenes pasionales, y muy de vez en cuando, cubrir a los verdaderos escritores con notas que los hagan salir del paso, crónicas citadinas, criticas de cine incluso algún cuento corto; sin embargo como en este caso yo soy el de más abajo, y por ello, el que nunca puede decir “no”.
Y así como así, y a sabiendas de que yo no sé nada de la ciencia de los alimentos ni menos aún de su química, me voy como de costumbre a los libros que lo contienen todo, pero que en este caso al leerlos, parece que en realidad no contienen nada, me quedo absorto de una información que me abruma, y que aparte lentamente comienza a llevarme a un espacio onírico por demás abyecto, y me duermo, y sueño:

Es un laboratorio y es una mesa con cientos de matraces extraños, y son centenares de semillas en su interior  que están germinando a ritmo de pasmo; se puede ver como las células se unen y van conformando a un organismo y parece ser que el organismo es una cebolla o mejor dicho cientos de cebollas, pues ya se advierte su estructura definida en los matraces; además hay alguien, el famoso científico que desarrolla este proyecto y que orgulloso me muestra a mí, en mi papel de reportero –divulgador de la ciencia según el-  los resultados de su investigación en la mesa de trabajo: las células modificadas, la aceleración metabólica, el crecimiento acelerado, la plausible solución a los problemas mundiales del hambre entre otras cosas; y me invita a asistir nuevamente al siguiente día para que vea el producto final, cuando ese proceso haya terminado, a lo cual accedo y me despido.
Y así con un poco de ansiedad me presento al siguiente día para observar los resultados finales pero al acercarme al laboratorio me recibe una turba de gente corriendo; son los asistentes del investigador que huyen despavoridos, me acerco  lo más pronto que puedo pero solo para llenarme de asombro cuando tras la puerta veo unas masas blanquecinas amorfas que se mueven sobre el piso abriendo oquedades semejantes a bocas humanas, sobre la cual una de ellas sostiene al científico que aún con vida y ensangrentado alcanza a gritarme:
-huye, salva tu vida, son las cebollas, han tomado vida…
-¡¡¡Son las Cebollas Asesinas!!!
Por absurdo que parezca, el sueño me hizo despertar de súbito, de tal manera que incluso ya no pude conciliar más el sueño. Y luego permanecí en la cama recapitulando y dándome cuenta de que, ahí estaba la solución a mis problemas, tan solo consistía en transcribir el sueño –que absurdo- y listo, el encargo     –mejor dicho, la orden- estaría ejecutado.
Y entonces me levante de la cama y me puse a escribir hasta que amaneció por completo. Tenía listo mi cuento, que titule -obvio- “Las cebollas asesinas”.
Sin embargo en un pequeño momento de lucidez, me di cuenta de que quizá, solo quizá, la historia fuera un poco absurda; entonces con un objetivo más claro regrese a los libros que todo lo saben a investigar solamente sobre cebollas y todo resulto igual al encontrar palabras que costaba trabajo leer y más aun entender: flavonoides, polifenoles, antioxidantes etc, etc, etc, hubo particularmente una que me pareció interesante y hasta graciosa, se llamaba Tiosulfato, y hasta me recordaba a un miembro de mi familia al que no había visto en años, pero más que eso me resultaba interesante que este compuesto presente en este alimento al que se le atribuían tantas bondades y beneficios, pudiera ser causante de daños tan graves, que incluso podían desencadenar la muerte  en casos extremos .
Entonces, como siempre pasa en estos casos, me puse a reescribir la historia de “Las cebollas asesinas”, añadí mucho de lo leído en los libros que todo lo saben, e incluí entonces con un poco más de sensatez, supuestas justificaciones al hecho de que las cebollas pudieran haber tomado vida y movilidad.
Y me pase toda la noche terminando el cuento, pues tendría que entregarlo al siguiente día a primera hora, y llego el amanecer cuando la impresora expulso la última página, el cuento estaba listo y así, me fui a entregarlo solo esperando dejar impactado a mi jefe y más aún, esperando que finalmente el, se diera cuenta de que debería ya de tomarme en cuenta para un papel más importante, un ascenso.
Pero la situación concluyó de inmediato cuando las páginas que conformaban mi cuento fueron azotadas sobre el escritorio del jefe y más aún cuando fui invitado a abandonar la oficina, la empresa, el mundo de escritor y quizá hasta el mundo en su cabalidad; Salí de ahí casi corriendo pero en mi desenfreno al llegar a la calle, solo pudo detenerme un titular que se había publicado justo en el periódico de ese día: decía con letras muy grandes:
CEBOLLAS ASESINAS…
No podía salir de mi pasmo por lo que parecía un plagio terrorífico sobre mi trabajo ya derrotado, así que tome el diario, y fui inmediatamente a leer la  nota, y hasta yo mismo me reí de mí, que cosas, en verdad no siempre hace falta tanta imaginación para escribir algo espectacular: La semana pasada habían coincidido dos casos de personas que por un irracional reto de Internet murieron por atragantamiento con cebolla blanca. Que absurdo.
FIN.
 ©2011. Mx. NMX. Victor Manuel Avalos

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