LAS
CEBOLLAS ASESINAS
Fue
uno de esos días de la época del vértigo, de la vorágine, del desencanto y de
las presiones al máximo, fue en el verano triste de comienzos de la segunda
década del tercer milenio, fue en esa tarde lluviosa, cuando la invitación, imperativa
llego, y la historia volvió a repetirse
una vez más: que tenía que escribir un cuento, ese era mi trabajo, esa la
misión.
Y
entonces de nuevo, era una mesa de trabajo, era yo, eran pocas horas para entregar
el cuento, y eran nulas las ideas.
Peor
aún, era una misión absurda, me parecía que conjuntar la ciencia y la ficción,
al menos en teoría no parecía algo difícil, pero conjuntar “la química de los alimentos con la ciencia ficción”
eso si parecía bastante fuera de orden.
Y
así y sin más los primeros plagios comienzan a surcar mi mesa de trabajo; y
empiezo a escribir sobre moléculas,
compuestos, Científicos desequilibrados que buscaban sustancias que fueran
panaceas o que al menos que contuvieran algún componente que pudiera curar
alguna enfermedad o todas o lo que sea,
y en ese afán de búsqueda, me doy cuenta de que en realidad yo no sé nada de la
química de los alimentos, y quizá tampoco de la ciencia ficción, o quizá de
nada, hasta el momento mi labor solo ha sido la de cubrir notas rojas,
asesinatos, crímenes pasionales, y muy de vez en cuando, cubrir a los
verdaderos escritores con notas que los hagan salir del paso, crónicas citadinas,
criticas de cine incluso algún cuento corto; sin embargo como en este caso yo
soy el de más abajo, y por ello, el que nunca puede decir “no”.
Y
así como así, y a sabiendas de que yo no sé nada de la ciencia de los alimentos
ni menos aún de su química, me voy como de costumbre a los libros que lo
contienen todo, pero que en este caso al leerlos, parece que en realidad no
contienen nada, me quedo absorto de una información que me abruma, y que aparte
lentamente comienza a llevarme a un espacio onírico por demás abyecto, y me
duermo, y sueño:
Es
un laboratorio y es una mesa con cientos de matraces extraños, y son centenares
de semillas en su interior que están
germinando a ritmo de pasmo; se puede ver como las células se unen y van
conformando a un organismo y parece ser que el organismo es una cebolla o mejor
dicho cientos de cebollas, pues ya se advierte su estructura definida en los
matraces; además hay alguien, el famoso científico que desarrolla este proyecto
y que orgulloso me muestra a mí, en mi papel de reportero –divulgador de la
ciencia según el- los resultados de su
investigación en la mesa de trabajo: las células modificadas, la aceleración
metabólica, el crecimiento acelerado, la plausible solución a los problemas
mundiales del hambre entre otras cosas; y me invita a asistir nuevamente al
siguiente día para que vea el producto final, cuando ese proceso haya
terminado, a lo cual accedo y me despido.
Y
así con un poco de ansiedad me presento al siguiente día para observar los
resultados finales pero al acercarme al laboratorio me recibe una turba de
gente corriendo; son los asistentes del investigador que huyen despavoridos, me
acerco lo más pronto que puedo pero solo
para llenarme de asombro cuando tras la puerta veo unas masas blanquecinas amorfas
que se mueven sobre el piso abriendo oquedades semejantes a bocas humanas, sobre
la cual una de ellas sostiene al científico que aún con vida y ensangrentado
alcanza a gritarme:
-huye,
salva tu vida, son las cebollas, han tomado vida…
-¡¡¡Son
las Cebollas Asesinas!!!
Por
absurdo que parezca, el sueño me hizo despertar de súbito, de tal manera que
incluso ya no pude conciliar más el sueño. Y luego permanecí en la cama recapitulando
y dándome cuenta de que, ahí estaba la solución a mis problemas, tan solo
consistía en transcribir el sueño –que absurdo- y listo, el encargo –mejor
dicho, la orden- estaría ejecutado.
Y
entonces me levante de la cama y me puse a escribir hasta que amaneció por
completo. Tenía listo mi cuento, que titule -obvio- “Las cebollas asesinas”.
Sin
embargo en un pequeño momento de lucidez, me di cuenta de que quizá, solo quizá,
la historia fuera un poco absurda; entonces con un objetivo más claro regrese a
los libros que todo lo saben a investigar solamente sobre cebollas y todo
resulto igual al encontrar palabras que costaba trabajo leer y más aun
entender: flavonoides, polifenoles, antioxidantes etc, etc, etc, hubo
particularmente una que me pareció interesante y hasta graciosa, se llamaba
Tiosulfato, y hasta me recordaba a un miembro de mi familia al que no había
visto en años, pero más que eso me resultaba interesante que este compuesto
presente en este alimento al que se le atribuían tantas bondades y beneficios,
pudiera ser causante de daños tan graves, que incluso podían desencadenar la
muerte en casos extremos .
Entonces,
como siempre pasa en estos casos, me puse a reescribir la historia de “Las
cebollas asesinas”, añadí mucho de lo leído en los libros que todo lo saben, e incluí
entonces con un poco más de sensatez, supuestas justificaciones al hecho de que
las cebollas pudieran haber tomado vida y movilidad.
Y
me pase toda la noche terminando el cuento, pues tendría que entregarlo al
siguiente día a primera hora, y llego el amanecer cuando la impresora expulso
la última página, el cuento estaba listo y así, me fui a entregarlo solo
esperando dejar impactado a mi jefe y más aún, esperando que finalmente el, se
diera cuenta de que debería ya de tomarme en cuenta para un papel más
importante, un ascenso.
Pero
la situación concluyó de inmediato cuando las páginas que conformaban mi cuento
fueron azotadas sobre el escritorio del jefe y más aún cuando fui invitado a
abandonar la oficina, la empresa, el mundo de escritor y quizá hasta el mundo
en su cabalidad; Salí de ahí casi corriendo pero en mi desenfreno al llegar a la calle, solo pudo
detenerme un titular que se había publicado justo en el periódico de ese día:
decía con letras muy grandes:
CEBOLLAS
ASESINAS…
No
podía salir de mi pasmo por lo que parecía un plagio terrorífico sobre mi
trabajo ya derrotado, así que tome el diario, y fui inmediatamente a leer la nota, y hasta yo mismo me reí de mí, que
cosas, en verdad no siempre hace falta tanta imaginación para escribir algo espectacular:
La semana pasada habían coincidido dos casos de personas que por un irracional reto de Internet murieron por
atragantamiento con cebolla blanca. Que absurdo.
FIN.
FIN.
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