Fue hace como un mes y medio o
dos meses, cuando conocí a mis nuevos amigos de la lagunilla, me parece que era
un puesto reciente, al menos no lo había visto antes; fue ese día en que
decididamente iba en busca de algo impactante y solo así lo encontré en dos
rutas, en mi proyector Brownie de 8 mm y en la amistad de los dos vendedores,
chavos, ñores o sencillamente amigos.
El puesto, magnifico, cosas
diferentes, cosas nuevas –viejas obvio-, una serie de objetos de coca cola,
charolas un refresco familiar de los 70´s una cajita sorpresa de Mattel, los libros de la picardía mexicana y claro la
cámara 120 y el proyector de Brownie, que al probarlo, revelo la razón de su
bajo precio: la fotolámpara no funcionaba.
La búsqueda fue incesante durante
algunos días, Internet no fue buena idea, quinientos mínimo, y de igual manera,
sin garantía de funcionamiento; luego la lagunilla en el local 2, sin éxito;
luego un viaje a la city, con mi amigo de los bulbos y solo para que me indicara una dirección cercana
en donde quizá lo localizara.
Luego es un negocio exclusivo de iluminación
con lámparas de muchos tipos, leds de muchos colores, estrobos, conos, lasers
de baja longitud, y un pateti-ñor-vendedor-frustrador, que se ríe de mi cuando
le pregunto por una fotolampara de 300W, para un proyector d cine de 8 mm; que
mejor vaya a el museo de tecnología a ver cuanto me dan por el, y que etc;
luego compro una lámpara de vapor de tungsteno de 300W, un conector de 3 hilos,
y me voy del centro sin siquiera pensar en tomar venganza de aquella afrenta,
obvio, no tenia sentido.
Luego los días de la apertura del
proyector, con mil problemas en la carcaza – es obvio suponer que si un
proyector duro mas de 50 años es porque una capa muy bien diseñada lo protegió-
y algunos mas con el sistema eléctrico que en realidad muestra una simpleza de
pasmo; acoplamiento de uno de los hilos, cambio deposición del conector, modificación
de reflector.
Me hubiera gustado llevar el Brownie
8 mm a la city.