La historia comienza quizá hace algunos años, comienza de
manera inesperada en una visita para perder el tiempo en un tianguis; un
tianguis muy largo al norte de la ciudad, el tianguis de los martes,
el tianguis en donde hay de todo, incluso objetos antiguos; instantes del
pasado que han pasado a llamar mi atención, luego de que poco tiempo atrás en un
fin de semana en Cuernavaca, un arcon ostentaba en su tapa una pequeña colección
de planchas antiguas, entonces con mi curiosidad conquistada, voy al tianguis, voy a
perder el tiempo, voy a ver que veo y veo objetos antiguos, no hay planchas,
pero si muchas otras cosas, hay objetos de labranza, artículos de la charrería mexicana,
una cámara, una extraña cámara del antiguo formato 120, de una marca aun mas
antigua, que yo desconozco; la veo la abro, la comparo contra lo que se de cámaras
-en teoría demasiado-, y pregunto el precio; un precio alto para un objeto inútil,
no sirve, no obtura, el carrete esta oxidado, los espejos opacos, faltos de
reasogue. Los vidrios rayados, la piel de la carcasa deshidratada hasta el cansancio; regateo por
primera vez en mi vida, actividad que realizare mil veces en el futuro y de la
cual tomare tanta practica que hasta se convertirá en un emblema perene de una sutil belleza.
La compro, la llevo a casa, la pongo en cualquier lugar, aun
no ha llegado el momento, aun no hay un espacio, aun se esta gestando una actitud, o una mania, o una enfermedado, o una moda. Aun no hay nada que temer.
quien iba a pnsar la mania tan intensa que generaria esa visita
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