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viernes, 8 de septiembre de 2017

PESADILLA

Mi hermano había venido de viaje, solo unos días, por lo cual fuimos al sur de la ciudad a visitar a los familiares que aun vivian ahí; estuvimos todo el día con ellos; para la tarde decidimos salir a caminar por esas calles que vieron correr nuestra infancia, calles que esencialmente eran iguales a las que yo había visto muchos años atrás. Y entonces así caminando fue que vi el tesoro, era una vitrina de madera, vieja, muy vieja, parecía tener cien años, aún conservaba sus cristales, tenía pegados en ellos algunas calcomanías de décadas pasadas. Estaba recargada en la pared de una de esas casas de piedra que aún hay en el sur de la ciudad, casas de piedra del volcán que había hecho erupción hacia tanto, no cien años, sino mil; y ahí estaba recargada, y ahí estaba yo tocando a la puerta para preguntar si acaso la vendian; una señora sale a mi llamado, y me da la gran noticia: de hecho están por tirarla, por lo cual si quería llevármela les ayudaba; ¡Que felicidad!, pero como me la llevaría, se veía de inmediato, que la reseca madera debería pesar más de lo que mi enclenque cuerpo podía cargar hasta la casa de mis familiares. Mi hermano llama mi atención, que una camioneta de materiales está cerca de ahí; vamos a ver si nos pueden llevar la vitrina, el conductor esta sentado al volante, y nos dice coloquialmente:
-“Bueno pero nos da para el refresco”.


La camioneta se acerca hacia la casa, y entre el conductor, su ayudante y mi hermano, suben a duras penas la vitrina la recuestan sobre la batea de la camioneta, en tanto la señora me dice que tiene algunas cosas mas que va a tirar, por si las quiero; así que con algo de intriga entro al comedor de la casa aquella; en unas tinas de plástico hay muchos trastes y utensilios, se ven muy viejos, la intriga se convierte en emoción, cuando comienzo a ver lo que parecen unas piezas de ese famoso vidrio blanco mexicano; comienzo a revisar, cuando entra mi hermano y me pregunta si acaso ya nos vamos, pues los de la camioneta solo estaban de paso; yo absorto, le digo que me ayude rápido a revisar; mientras la señora acaba de sacar otras tinas con objetos varios, que si quiero buscar ahí también, que todo eso lo tirararán, le digo a mi hermano que mejor nos llevemos las tinas completas, tomamos una cada uno y al acercarnos a la puerta, llega la tragedia: “La camioneta ya no está”. Dejo la tina y corro hacia la calle, se ve una polvareda doblando una esquina, quizá sea la camioneta huyendo con lo que ahora ya solo es parte del tesoro, corro lo más que puedo, tropiezo con un pedazo de tronco que esta a media calle… despierto de la Pesadilla. Ya no puedo volver a conciliar el sueño, me quedo con mucho coraje, sin vitrina, sin objetos antiguos, pero con sueño.

EL REGRESO . . .

Fue extremadamente difícil, fueron 87 días desde la última vez que escribí; casi tres meses desde que ese junio fatídico me impidió por días tocar mi computadora al menos; luego vendrían las tormentas, la desolación, el miedo convertido en terror, y luego lo que parecía el inicio del cataclismo con el terremoto de aquel viernes.
Tome aplomo, abrí la computadora, lo intentaría ya por ultima vez.