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viernes, 10 de junio de 2016

ESE JUNIO...

El año llegaba a su mitad, y yo escribiendo como nunca, deseaba seguir haciéndolo; las fuerzas flaqueaban el final parecía tan cerca… y odiaba la idea, por un lado me reconciliaba con el mundo, por otro estaba al borde de la tragedia. Anhelaba con todas mis fuerzas que todo lo bueno quedara, que mi memoria no terminara jamás, solo quería repetir:

Tráeme otra hoja… estoy inspirado.
Fig, 1. Ese junio.

DE COLECCIONES . . . 2

Todo comenzó con un sueño, aun lo recuerdo, fue siendo niño, muy niño, aun ni tan solo entraba en la escuela; era la época plena del ostracismo aspergeriano, repetir palabras hasta dejarlas bien claras en la mente, jamás hablar con nadie, callar incluso el dolor, tratar de hacer cuadrado al redondo mundo; y en el sueño una encomienda, una alegre misión: Juntar todas las tarjetas postales de paisajes sobre México que existieran. Si, tarjetas postales, esos cromos con fotografías de paisajes que había visto en viajes pasados; en las vacaciones cuando fuimos al itinerario familiar Plateros-San Juan de los Lagos; una tarde en el atrio de la iglesia de la virgen de San Juan, mientras comíamos dulces de leche, nos dieron dinero para gastar: yo compre una medallita triangular de la Virgen, para que me cuidara mucho, alguien –jamás supe quién- compro una tarjeta postal, que al término de las vacaciones, estuvo por todos lados en la casa; la vi muchas veces en el cajón de las camisetas, en la mesa de la cocina, tirada debajo de la cama, muchas veces en todos lados; y esa mañana que desperté de ese sueño, tan diferente a mis sueños anteriores, esa mañana con una misión fija, lo primero que hice fue buscar la tarjeta postal comprada en esas vacaciones; y como anuncio de lo que luego vendría, jamás la encontré.


Fig. 1. Medalla de la  Virgen de 
San Juan de los Lagos


RECUERDOS DE ACAPULCO 3…

De niños, solían llevarnos a algún lugar los fines de semana: a una fiesta de familias cercanas, lejanas o desconocidas, al bosque de día de campo o a las quesadillas a las Fuentes Brotantes. En algunas ocasiones a un largo viaje de vacaciones al bajío mexicano, con el itinerario familiar clásico: Plateros-San Juan de los Lagos, viaje al cual solo llevaban a alguno de nosotros –por espacio-, como ese bonito año, en que me llevaron a mí. Llevaba mi colección de los cromos recortados de la parte trasera de los cerillos La Central, para irlos viendo en el camino y si por casualidad se necesitaban para identificar algo. El regreso fue la historia de Uruapan y la Tzararacua y la noticia de que en las próximas vacaciones yo no iría. . . no iría a “Acapulco”.

La parte de la historia de mi “no ida a Acapulco” fue muy cruel, pensaba por esos días que era sumamente injusto que hubieran decidido no llevarme a a ese viaje a Acapulco, ya que hacia algunos años había comenzado una preciosa colección de tarjetas postales de México, colección acompañada de una serie de documentos gráficos y artesanales sobre el país, y que demostraban que mi interés nacionalista debería de imperar sobre cuestiones de logística y espacio y yo debería de ser el primero en ser incluido en ese viaje. Pero eso parecía no haber sido considerado, sencillamente yo no iría, no iría a Acapulco.

Esa tensión y estrés generado de esa manera desembocó en una nueva crisis de ostracismo introvercial, que duro prácticamente hasta la noche anterior al inicio de las vacaciones en Acapulco.

Me pasaba horas viendo una vez más las tarjetas postales, leyendo las descripciones de la parte trasera, leyendo cosas sobre México, y pensando en la injusticia al no haber sido considerado mi nacionalismo exacerbado.
Y quizá fue eso o quizá solo una reconsideración de espacio en el auto o quizá solo lastima, lo cierto es que mi ostracismo introvercial concluyo de súbito, cuando mi tío me dijo: 
-prepara una maleta, mañana nos vamos temprano.

Acapulco fue desde antes de esa noche, un lugar mágico en mi vida, lo había descubierto de niño en una de las revistas viejas que encontré en el cuarto de los tiliches; tenia fotos en colores muy intensos de la quebrada y la Caleta.  Muchas veces camino a casa, pensaba en llegar lo más pronto posible para volver a ver esa revista, deseaba algún día estar ahí.


La revista desapareció luego de una de las lluvias diluvianas que hubo en mi infancia, antes de la historia de Acapulco; pensé mucho en ello cuando vimos por primera vez el mar.

 Fig.1.
Fig. 2.
Fig. 3.

Imágenes  como debieron verse aquellas
 fotos de aquella revista,  tomadas de las 
diapositivas de la familia aun sin nombre de 
los años cincuenta:
1.Vista de la Bahía de Acapulco, 
con un crucero en el centro.
2. Playa Caleta
3. Vista desde el Hotel "La Playa".